Muchas veces sentimos la necesidad de hacer algo, quizás por impulso, por desafiar las normas, por romper con la monotonía o por la falta o la demasiada adrenalina que experimentamos en ese momento. Cuando actuamos así sin más, nos olvidamos de las consecuencias de nuestros actos. Confiamos en que las personas que estuvieron en los buenos y malos momentos no tienen por qué abandonarnos. No obstante, el peor momento llega cuando te dicen: no me esperaba eso de ti o creía que sería lo último que harías. Es ahí, justo en ese instante cuando el mundo se te cae encima. Cuando eres consciente de que te has equivocado y ni siquiera te consuela pensar que cualquiera se equivoca. Sabes que es tú error y que la decepción que has creado no podrá ser olvidada con unas disculpas. Pero a su vez, la decepción es mútua porque cuando más necesitas a esa persona, cuando levantarte se convierte en una carga y agradecerías su apoyo, ya no está. Estuvo en los buenos y malos momentos pero no puedes confiar en que estará en un futuro por mucho que desees que sea así y te lo diga cuando todo es de color rosa. Las personas cambian y ahora me doy cuenta de que tú no eras una excepción.